De la Infoxicación a la Acción: Derechos Digitales, Democracia y el Rol del Trabajo de Juventud

11/09/2025
by Asociación Youropía

Abstract

La juventud actual crece en un entorno marcado por la sobreabundancia informativa, la desinformación y el dominio de algoritmos que moldean la forma de ver el mundo. Este ecosistema digital, lejos de ser neutral, condiciona la construcción de identidades, la salud mental y las posibilidades reales de participación social y política. El presente artículo, enmarcado en el proyecto “Youth Participation in Digital Democracy: From Digital Skills to Digital Rights of Youth with Fewer Opportunities (EYDR)”, reflexiona acerca de los principales retos de la era digital: la infoxicación, los discursos de odio, el doomscrolling y la pérdida de agencia crítica.

Desde una perspectiva cercana al trabajo de juventud, se exploran conceptos clave como derechos digitales, participación digital y democracia digital, subrayando sus potencialidades y contradicciones. Asimismo, se enfatiza cómo las desigualdades estructurales afectan de manera especial a los jóvenes con menos oportunidades, reforzando la necesidad de enfoques inclusivos.

Finalmente, se reivindica el papel transformador del trabajo con juventud como espacio educativo y humano capaz de ofrecer lo que las plataformas digitales no pueden: confianza, acompañamiento y sentido colectivo.


Vivimos en una era donde la información fluye a un ritmo vertiginoso. Cada segundo, nuestras pantallas se llenan de titulares, vídeos, notificaciones y opiniones que compiten por nuestra atención. Lejos de ofrecernos claridad, este flujo constante muchas veces genera confusión, agotamiento y parálisis. Para muchas personas jóvenes —y especialmente para aquellas en situación de mayor vulnerabilidad— esta sobrecarga no es una oportunidad, sino una tormenta difícil de navegar.

Este artículo busca reflexionar sobre ese contexto desde una mirada crítica pero propositiva, enmarcada en el proyecto “Youth Participation in Digital Democracy: From Digital Skills to Digital Rights of Youth with Fewer Opportunities (EYDR)”, y pensada desde la experiencia del trabajo con juventud. El objetivo es aportar claves que nos ayuden a entender el presente digital que habitamos, con sus desafíos y contradicciones, y también señalar caminos posibles para que el trabajo de juventud se sitúe como actor clave en la defensa de los derechos digitales, la promoción de la democracia digital, y el impulso de una participación juvenil real y transformadora.

El caos informativo: algoritmos, estética del cinismo y doomscrolling

En 1996, Alfons Cornella acuñó el término infoxicación para describir la intoxicación provocada por un exceso de información. Hoy, casi tres décadas después, esa idea se ha vuelto más real que nunca: no solo estamos sobreinformados, sino hiperestimulados, gracias a plataformas diseñadas no para enriquecer nuestro entendimiento, sino para mantenernos conectados el mayor tiempo posible.

Los algoritmos de redes sociales personalizan el contenido hasta volverlo predecible, evitando que nos encontremos con ideas distintas a las nuestras. Se refuerza así lo que Eli Pariser llamó “filtros burbuja”: entornos digitales donde solo se refuerzan nuestras creencias previas. Por ejemplo, una persona joven que consume vídeos sobre un partido político o sobre teorías conspirativas recibirá de forma creciente más contenido en esa línea, reforzando una visión parcial de la realidad y reduciendo su contacto con perspectivas diferentes.

En este entorno florece lo que podríamos llamar la estética del cinismo. En muchos espacios digitales, el sarcasmo, la crueldad o la burla generan más interacción que la empatía. Esto da lugar a narrativas que premian la confrontación y la indiferencia ética. Para jóvenes en búsqueda de referentes, este ambiente puede ser tóxico y favorecer actitudes de desprecio hacia lo colectivo o hacia quienes piensan diferente.

A ello se suma el fenómeno del doomscrolling: la necesidad casi compulsiva de consumir noticias negativas, crisis climáticas, conflictos bélicos o escándalos políticos. Esta exposición continua no genera mayor compromiso, sino un efecto de parálisis y agotamiento emocional. El tiempo invertido en estas prácticas no es menor: el informe “La juventud en España 2023” del INJUVE señala que los jóvenes españoles dedican de media 3 horas al día a las redes sociales, mientras que el estudio de UNICEF (2021) sobre adolescencia digital calcula que los adolescentes entre 11 y 18 años pasan casi 7 horas diarias conectados a pantallas, de las cuales unas 3 horas corresponden a redes sociales. Este volumen de tiempo, sostenido día tras día, no puede dejar de tener un impacto en la manera de percibir el mundo y de relacionarse con él.

Derechos digitales: una brújula en la niebla

Ante este panorama, se hace imprescindible reivindicar los derechos digitales como marco ético, jurídico y educativo. No se trata de un añadido opcional, sino de la base para una ciudadanía digital justa, inclusiva y crítica.

El derecho a la información veraz y accesible se ve comprometido en un entorno donde la desinformación no es un accidente, sino un modelo de negocio. El discurso de odio, por ejemplo, se multiplica no porque sea inevitable, sino porque es eficaz: genera más clics, más comentarios y más tiempo de permanencia en las plataformas, lo cual alimenta la economía de la atención. Así, el odio se convierte en rentable, aunque degrade la convivencia.

El derecho a la privacidad también se ve tensionado por la lógica del oversharing, es decir, la tendencia a compartir de forma masiva experiencias, emociones o imágenes personales. En la adolescencia y juventud, este fenómeno se cruza con procesos de construcción de identidad y con riesgos claros: hipersexualización, objetificación del cuerpo, difusión de modelos irreales de belleza y éxito. Todo ello configura un escenario en el que los cuerpos y las vidas jóvenes se convierten en mercancías, instrumentalizadas por lógicas neoliberales que ponen el valor económico por encima del compromiso social o del bienestar personal.

A esto se suman nuevos desafíos planteados por la inteligencia artificial (IA). Algoritmos que deciden qué vemos, programas que analizan nuestras emociones a través de la cámara, sistemas de IA que generan imágenes hiperrealistas: todos ellos amplifican los dilemas sobre privacidad, seguridad y control. La IA puede ser una herramienta educativa poderosa, pero también una amenaza si no se regula y se educa en su uso crítico.

Los derechos digitales no son, por tanto, un listado abstracto: son una brújula para orientarnos en medio de la niebla informativa, una garantía de que la juventud no solo pueda estar en el entorno digital, sino también habitarlo de manera segura, digna y significativa.

Jóvenes con menos oportunidades: ¿quién queda fuera?

Las desigualdades sociales, económicas, educativas o culturales no desaparecen en lo digital: muchas veces se profundizan. La brecha digital ya no consiste solo en tener o no tener internet, sino en disponer de los dispositivos adecuados, de competencias críticas para utilizarlos y de entornos que acompañen en ese proceso.

Para jóvenes con menos oportunidades, estos obstáculos son muy visibles: conexiones inestables en zonas rurales, ordenadores compartidos entre varios miembros de la familia, falta de formación para distinguir información fiable de bulos, plataformas poco accesibles para jóvenes con discapacidad, o barreras lingüísticas para quienes tienen otra lengua materna. A ello se suma el mayor riesgo de sufrir acoso online en el caso de jóvenes LGTBIQ+, racializados o activistas.

En este sentido, defender los derechos digitales implica también reconocer que no todas las personas parten del mismo punto de acceso y de competencia. Cualquier estrategia que ignore estas desigualdades corre el riesgo de reforzarlas en lugar de reducirlas.

Participación digital: entre clics y compromiso

La participación digital es celebrada como una oportunidad histórica. Nunca había sido tan fácil opinar, firmar una petición, o sumarse a una campaña desde el propio teléfono. Estos canales democratizan el acceso y permiten que muchas voces jóvenes se expresen sin necesidad de estar físicamente en un espacio político.

Sin embargo, esta accesibilidad tiene un precio. Una gran parte de estas interacciones se sitúan en la superficie: clics, likes, comentarios que se confunden con participación política real, pero que rara vez se traducen en acción sostenida o en impacto social. La llamada “participación superficial” ofrece la ilusión de incidencia, pero puede convertirse en un obstáculo si sustituye a procesos más profundos de implicación.

Esto no significa que la participación digital carezca de valor. Puede ser un primer paso de acercamiento, un punto de entrada hacia causas más amplias, o un espacio de visibilización de temas ignorados por los grandes medios. Pero es necesario reconocer sus limitaciones. El dilema es claro: lo que hace accesible la participación también la hace más frágil y menos transformadora.

Además, existe un coste económico y social. Las plataformas que alojan estas interacciones se benefician de la actividad juvenil sin necesariamente devolver nada en términos de empoderamiento político. La juventud participa, pero sus datos y su atención alimentan un modelo económico que prioriza la rentabilidad sobre el impacto social.

Democracia digital: promesas y paradojas

El desarrollo de plataformas de democracia digital —consultas en línea, presupuestos participativos, aplicaciones de voto— ha sido presentado como un avance hacia una ciudadanía más directa y accesible. Sin embargo, los resultados suelen ser limitados. En muchos casos, estas iniciativas atraen a perfiles que ya participaban offline, sin llegar a quienes más necesitarían ser incluidos.

Uno de los grandes dilemas es la confianza. Si un joven participa en un proceso online y nunca recibe información sobre los resultados, su experiencia se convierte en frustración. A esto se suma la incertidumbre sobre la seguridad digital: el miedo a que el supuesto anonimato no sea real, o la preocupación de que la huella digital no pueda borrarse y se use en su contra en el futuro. En un contexto donde la privacidad parece cada vez más vulnerable, la confianza en la participación digital se convierte en un bien frágil.

El riesgo, en este sentido, es que la democracia digital se convierta en un escaparate tecnológico vacío, centrado en la herramienta más que en el proceso. Abrir una plataforma no basta: hay que acompañarla con educación, mediación y transparencia. De lo contrario, se amplía la distancia entre jóvenes e instituciones, y se refuerza la percepción de que “participar no sirve para nada”.

El papel transformador del trabajo de juventud

En medio de este panorama, el trabajo de juventud en todas sus formas (educación no formal, dinamización, formación, intervención comunitaria, servicios de información juvenil…) tiene un papel fundamental. No solo como transmisor de información, sino como facilitador de sentido, ciudadanía y empoderamiento.

El trabajo con juventud puede ofrecer lo que las plataformas digitales no ofrecen: cercanía humana tanto presencial como virtual, tiempos y espacios adaptados a los ritmos juveniles, una educación en valores que va más allá de la lógica económica, y procesos de acompañamiento que se sostienen en la confianza. Estos elementos son esenciales para contrarrestar la lógica de inmediatez, consumo y superficialidad que domina el entorno digital.

A partir de ahí, es posible construir propuestas de alfabetización mediática y digital crítica, fomentar la producción de contenidos con y para jóvenes, abrir espacios de diálogo más allá de la lógica algorítmica, y tender puentes hacia formas de participación más inclusivas y transformadoras. El reto no es competir con las redes sociales, sino ofrecer un horizonte distinto: procesos donde lo importante no es el clic, sino el aprendizaje compartido y la construcción de comunidad.

Conclusión: del dato al derecho, del clic al cambio

La digitalización ha transformado nuestras formas de conocer, comunicar y participar. Pero también ha traído consigo nuevas desigualdades, desafíos éticos y amenazas a los derechos de la juventud. En este contexto, no basta con enseñar a usar la tecnología: necesitamos defender un ecosistema digital más justo, accesible y humano.

Los derechos digitales no son un extra: son condición para una ciudadanía plena. La democracia digital no es solo una interfaz: es un compromiso. Y la participación juvenil no puede reducirse a clics sin consecuencias.

El trabajo con juventud tiene una oportunidad única de ser faro en medio de la tormenta digital. No solo para combatir la desinformación, sino para sembrar sentido, agencia y comunidad en un entorno que muchas veces empuja en la dirección contraria.

Referencias


DISCLAIMER: This article is part of Youth Participation in Digital Democracy: From Digital Skills to Digital Rights of Youth with Fewer Opportunities (EYDR) project, aimed to strengthen the capacities of Albanian and Montenegrin youth to meaningfully engage in digital activism through an approach that balances protection and digital participation.
EYDR is funded by the Erasmus Capacity Building in the Field of Youth of the European Union and is implemented under the leadership of SCiDEV in partnership with UZOR,  Beogradski centar za ljudska prava,   Asociación Youropia , Centre for Comparative International Studies, Erasmus Student Network in Albania, National Youth Agency in Albania, and SHARE Foundation. Opinions in this article are solely of the author and do not necessarily represent the views European Union stand on the matter.

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